Dos pantallas de ordenador delante. Dos navegadores abiertos en cada una de ellas. Varios amigos, en sus casas, haciendo lo mismo. A las 09:57 empiezas a pulsar el F5 del teclado, esperando a que las entradas para Bruce Springsteen estén disponibles. Lo que la experiencia nos dice es que éstas se agotarán en pocos minutos, o pocas horas en el mejor de los casos. Pero la capacidad que tiene Ticketmaster para sorprenderte no puede ser subestimada. Con los años, la compañía que prácticamente ostenta el monopolio de la venta de entradas en España (y en buena parte del mundo) ha ido refinando su control sobre el proceso de distribución de tickets.
A las 10:01 hay unos pocos despistados a las puertas de los Fnac de media España. A estas alturas deberían saber ya que el sistema ha cambiado. Cuando pasan a pedir sus entradas, les comunican que no, que esta vez sólo se venden por web el primer día. Que a partir de mañana se podrán adquirir en puntos de venta físicos. Las que queden, que serán ninguna. Claro que acudir a los puntos de venta habituales hace tiempo que dejó de ser garantía de nada. Hace pocos meses el BCN Rock Fest vendió varios miles de abonos antes de lo que se tarda en hacer un click. Un caso entre otros muchos.
Son las 10:03 y la web ya está bloqueada. Con suerte, si actualizas la página en el momento adecuado, conseguirás acceder a la cola virtual, ese concepto que ya se ha ganado muchos enemigos. El nombre lo explica bien: entras en la web, y te toca esperar, como en la cola frente a la Fnac, una cantidad variable de minutos. A veces, el tiempo de espera no sólo no se reduce, sino que se hace mayor. Como si se te colara gente, vaya. Por lo demás, nadie parece haberse parado a pensar en el oxímoron que Ticketmaster nos ha colado: si una de las ventajas más palpables de Internet es que permite congregaciones impensables en un espacio físico (es decir, que mucha gente puede usar un mismo servicio web al mismo tiempo), la cola virtual viene a decirte justo lo contrario. Que toca esperar. El hecho de que haya cientos de personas intentando entrar al mismo tiempo no debería ser problema para una de las compañías más poderosas del sector del espectáculo.
A las 10:42 consigues, por fin, acceder a la página de venta. Miras de soslayo los precios, y te disculpas con tu conciencia, porque no todos los días puedes ir a ver a Bruce Springsteen. Las mismas razones que te movieron a comprar entradas para la penúltima despedida de Scorpions, la posiblemente última visita de los Rolling Stones, o el espectáculo de AC/DC, que hay que ver por lo menos una vez en la vida. También ves que de los 80€ iniciales el precio se eleva un 10%, por gastos de gestión. "Debe de ser normal", piensas, "porque mantener un entramado electrónico de estas características tiene que costar mucha pasta". Metes los datos de la tarjeta, y vas directamente a la casilla de "Comprar", clickando Sí a todo, sin leerte, por supuesto, que te van a cargar 3'95€ de un seguro de anulación. Click. Parece que por fin. La página se queda en blanco y esperas la confirmación, que es más que probable que no llegue.
11:15. Has leído comentarios en Facebook y el hecho de no ser el único en la misma situación no te calma la agonía, sólo te invita a compartir tu frustración. La pantalla sigue en blanco, por supuesto. Te preguntas cómo gastan esos 8€ de gastos de gestión, si no son capaces dar el servicio por el que te están cobrando. Sigues intentándolo. Y tus amigos también, en sus casas. Ya te han dicho que las entradas de pista se han acabado, pero todavía quedan otras (más caras). Hay que intentarlo.
A las 13:00 ya no quedan entradas. No termina de sorprender, pero no por ello cabrea menos. Empiezas a escribir en foros pidiendo "dos entradas, a ser posible de pista". Alguien te pasa el link de una página en la que "todavía tienen, pero de reventa". SeatWave. Una web que, parece ser, pone en contacto a vendedores y compradores. ¿Los precios? El banner dice desde 85€, pero la realidad es que lo normal es que los precios estén por encima de los 150€. Lógicamente, se trata de individuos y organizaciones que se dedican a esto. Debajo del nombre se lee claramente: a Ticketmaster company.
A su vez, Ticketmaster recomienda no comprar desde tal página, porque no es un sitio oficial, aunque su nombre esté claramente expuesto. Es una forma fácil y rápida de lavarse las manos frente a cualquier reclamación, al mismo tiempo que se llevan un pico por cada transacción. Si esto no es un paso más en la vulneración de los derechos del consumidor, no sabes qué puede serlo. Si no leíste el artículo de Xataka al respecto, lo encuentras ahora al intentar averiguar si lo de esta gentuza es denunciable o no. Y lees que no, que no es denunciable.
A partir de aquí, te queda tiempo hasta mayo para plantearte comprar entradas en reventa, esperar un milagro o quedarte en casa y evitar pasar por el aro. También puedes emprender una petición online (https://goo.gl/NEXh0G), como ya han hecho otras personas cansadas del mismo asunto (editado: existe ahora una petición activa en este momento, click en el link para firmar). Seguramente no servirá de nada, pero te aliviará un poco el mal humor. Hasta la siguiente vez.